Autora: Laura Guerrero Guadarrama

Hoy vamos a hablar de un ser inexistente, un constructo, producto de la imaginación de algunas personas estrambóticas que no tienen nada que hacer. Este espacio creado e inventado es propicio para la irreverencia, la experimentación, la amalgama de los géneros y el divertimento absoluto, se llama: Literatura Infantil y Juvenil. Y comienzo por aceptar su ilusoria existencia para no tener que debatir con los muchos sabios y serios expertos militantes que sostienen que “sólo hay una literatura” y “sólo hay una manera de leerla”. Así, para evitar el conflicto, para no meterme con la tradición, el canon y las  escritoras y escritores autorizados por la crítica respetable acepto, desde el comienzo, el carácter furtivo, alegórico y metafórico de la LIJ.
Ahora podemos seguir adelante y hablar de otros seres también inventados, enmascarados de la LIJ que siguen la más pura tradición de Lewis Carroll, la de la autoconstrucción imaginaria, la del álter ego, o del otro yo, que es más yo que yo mismo. Esto es, Charles Lutwidge Dodgson, reverendo y matemático inglés cobra un nuevo significado cuando se reconstruye como el autor de Alicia en el país de las maravillas o como el fotógrafo de las niñas disfrazadas que las madres llevaban a su estudio. Este artista dual que juega con el ojo de la cámara, con los espejos y las miradas, ofrece al lector el reflejo críticamente metafórico del mundo victoriano, sociedad forjadora de monstruos que se ocultan tras las frías maneras y las palabras correctas. El Lechoncito 001
El nonsense del lenguaje rompe con el significado lógico y ordenado del mundo patriarcal que domina la escuela, sitio perverso, para los románticos, que busca doblegar al chico al que se le admira, en su idílica y utópica inocencia, y a quien se le teme como portador del mal, poseedor de la rebeldía que es el pecado original. Alicia se libera desde el espacio ficcional de sus aventuras para preguntarse por cosas trascendentales como la propia identidad, para rasgar los velos negros de los convencionalismos, para hacer supurar las llagas a través de la risa, la paradoja, los juegos de palabras, las historias absurdas, irreverentemente irreales. Cuando la reina Victoria le pide a Lewis Carroll que le dedique su siguiente libro es Charles el científico quien responde y le escribe un libro de matemáticas. El creador ya no es él mismo, se ha vuelto personaje, un ser de ficción como Cide Hamete Benengeli, autor del Quijote. Un simulacro que firma para el libro de autógrafos.
En nuestro hipotético espacio ocupado por la LIJ, el juego de la trasmutación es cosa de todos los días. Los lectores ignoramos lo que significan las famosas siglas. C. S. Lewis (Clive Staples Lewis), J. R. R. Tolkien (John Ronald Reuel Tolkien), J. K. Rowling (Joanne “Jo” Rowling). El imaginario los ubica al lado de sus obras y se confunden o funden con sus creaturas. Los seres reales se deslizan, poco a poco, hacia la ficción. Así lo intuyó Michael Ende (Michael Andreas Helmut Ende) al escribir la Historia Interminable. Bastián es un álter ego del escritor, otro yo del fornido artista que tiende puentes peligrosos con las palabras a esa región de Fantasía de la que ningún viajero regresa indemne, libre o exento de daño, los mares y las tierras que se visitan son senderos internos que tienen un eco en los demás, en sus deseos y sueños; temores y angustias; anhelos y fracasos. Lo que somos cobra vida en las bestias, los seres, las cosas que pueblan el lugar, son enormes metáforas que el creador, el vidente, el observante, el profeta, construye para representarnos.
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Bernardo Fernández, mejor conocido como Bef, es otro ente del más puro calibre ficcional, artista de palabras que se deslizan hacia la imagen con facilidad y naturalidad nos lleva a nosotros, seres mundanos, a transitar por los géneros de la historieta, el comic, el libro álbum o el libro ilustrado. Con naturalidad él construye estos seres mixtos de códigos complejos para cristalizar el recuerdo de la ensoñación, del desvarío, de la revelación. Autor del lugar creado, del mundo hipotético de la LIJ, subraya la ironía constante de nuestra vida humana y el sinsentido de nuestra existencia. La risa nos libera, el sentido del humor despega motivado por el juego de sus palabras, por el absurdo de sus situaciones, por lo hiperbólico de sus personajes.
Bef me visitó un día, yo había leído Cuentos de hadas para conejos, en una de esas investigaciones hiperbólicas que me ha dado por realizar. El texto me encantó, subvierte los cuentos tradicionales, es una remitologización posmoderna que parodia el modelo original y sugiere nuevas posibilidades dentro del viejo y efectivo formato. En esa ocasión, él me llevó uno de sus más recientes libros: El llanto de los niños muertos, una serie de cuentos inquietantes por su actualidad y vigencia, aunque sostiene que al referirse al Jefe de gobierno del Distrito Federal se refiere a un ser imaginado, la verdad se impone y ahí está la metáfora hablándonos de todos los jerarcas del gobierno mexicano. Los leones son entes que nos persiguen a todos los habitantes de este país. Juegos serios, una mirada al presente con intensa lucidez que apunta hacia un futuro absurdo. Los héroes son los chavos, los de todos los días, los que siguen entre nosotros, los que fuimos y, en algún rincón, seremos siempre.
Sigue Bef en el espacio ilusorio creando los dobleces de nuestra realidad, en Bajo la máscara, con ilustraciones de Patricio Betteo: “Hubiera sido una mañana como cualquier otra de no ser porque un robot gigante arrasó la zona de Santa Fe, al poniente de la ciudad de México”, así comienza el libro y nos atrapa en el juego de lo imposible-posible.